Realismo Mágico e Hipermedia: de Macondo a Menegrande
Para esta semana leímos Cien años de soledad del escritor colombiano Gabriel García Márquez junto con la obra digital Tierra de extracción del peruano-venezolano Doménico Chiappe. Dos obras que, entre otras cosas y como novelas de ficción, evidencian las posibilidades y los límites del medio en que se inscriben. Dicho esto, para esta semana nuestra tarea es pensar en los aspectos sobrenaturales y temporales del realismo mágico y cómo estos pueden ser explorados en los medios digitales.
Definir el realismo mágico no es tarea fácil. Muchos lo asocian a la definición de lo real maravilloso del escritor cubano Alejo Carpentier: “[…] lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad” (3-4). Las diferencias que marcan los conceptos de lo real maravilloso y el realismo mágico son debatibles. Pero podemos tomar a Carpentier como punto de partida para entender la coexistencia de distintas realidades que serán usadas como una nueva forma de enunciación latinoamericana. Una que, a diferencia de las muchas otras formas anteriores, alcanzaría una fama tan grande que parece sacada de una escena de realismo mágico
El realismo mágico pegó tanto en Europa como en América Latina; fue de alguna forma el boom. Quizá esto se debió a que en los primeros alimentó el exotismo americano, mientras que en los segundos encontró un lector identificado con la narrativa, con lo cotidiano de lo sobrenatural. Para la crítica Jean Franco, una explicación del boom está en “la singularidad del desarrollo desigual de América Latina,” la cual conforma una coexistencia entre la oralidad y la cultura escrita, y que permite una “interacción entre memoria, historia y repetición” (738). Si bien el aspecto de la singularidad en la premisa de Franco es debatible, no lo es tanto la desigualdad que maraca el proceso de modernización y sus efectos. Para mi, es en estos momentos en los cuales se mezcla la tecnología, el mito, la fe, la oralidad, la Historia (así, con mayúscula) la literatura, y los cuestionamientos en cuanto al conocimiento empírico, donde se originan muchas (no todas) de las escenas de realismo mágico.
Cien años de soledad se ha constituido como la novela ejemplar del realismo mágico. Quizá esto a centrado su atención en ciertas escenas restándole fuerza a algunos de sus otros desarrollos temáticos (pienso en Remedios, la bella, ascendiendo a los cielos y en a la masacre de las bananeras). Sin embargo, es una novela que a través del realismo mágico (pero no limitado a este) nos invita a una deconstrucción de los elementos sociales, culturales, históricos que informan y afectan las actividades y el conocimiento humano (incluyéndose a sí misma como obra literaria, histórica y cultural).
Carolina Gainza postula que “la literatura retroalimenta los propios procesos sociales que la determinan relativa o parcialmente” (3-4). Este esquema aparece como un círculo vicioso, como un juego de espejos borgeanos (presente en la novela). De esta forma, toda verdad y toda mirada se pone en cuestión; así también los espacio y el tiempo lineal y narrativo. En Cien años la temporalidad de la novela parece una de las claves a resolver; parece haber un desorden en el el pasar del tiempo y en la organización de la temporalidad. Tratamos de dar orden a los eventos como lectores, un orden temporal. Pero en realidad todo ocurre en un instante, quizá en el instante en el que se lee. En la novela se narra: “Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante” (585). Esta coexistencia de episodios en un instante solo puede ser conceptualizada en el libro impreso, pero no es posible en su lectura. El formato digital, la hipermedia admite una experiencia distinta.
Doménico Chiappe refuta que su obra Tierra de extracción pueda derivarse del realismo mágico. Sin embargo, esto no nos impide observar ciertos paralelismos entre Menegrande y Macondo. Sin entrar en las resonancias temáticas (los procesos de explotación, la violencia, la sexualidad que parecen estar conectados a una noción latinoamericana, etc.), podemos quizá notar una puesta en escena de la ruptura de la temporalidad lineal. Esto se da a través de la hipertextualidad que le permiten al usuario seguir la lectura en distintas cronologías, experimentar una línea temporal narrativa única. Más aún el uso de la multimedia nos crea un efecto de simultaneidad en cada fragmento, entre narrativas visuales, textuales y auditivas.
Quizá uno de los paralelismos más interesantes entre Cien años y Tierra, es cómo ambas novelas usan, comentan y cuestionan los medios de información y conocimiento de la época en la que se escriben. Tierra por ejemplo, se nutre como dice su autor “[…] de los lenguajes conocidos de la radio, la televisión y, sobre todo, la prensa […].” Esto, junto con los elementos de programación y conectividad que proveen los medios digitales son usados con la intención de apelar al “lector del futuro,” el lector dominador de los ordenadores y navegador de la red. Podemos pensar en un cambio de paradigma no sólo a través de esta simultaneidad sino en nuestra misma concepción del tiempo en cuanto a la obra narrativa. Cómo se lee, como se experimenta una obra, está ligado a los medios mediante los cuales socializamos. Al leer Tierra, ya no se requiere de un orden lineal, lo que prima es la experiencia de cada elemento narrativo en el momento, el instante, en el que se interactúa con dicho elemento. Lo importante son las sensaciones que experimenta el usuario al interactuar simultáneamente con la música, el texto, la pintura, la fotografía, con sus propios movimientos corporales.
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