El autor como curador

Esta semana nos ha tocado leer sobre generadores de poesía automática, una variante de la literatura digital (y experimental) en donde determinadas palabras, frases, oraciones o textos son sometidos a un programa que, de muy distintas formas, regenera el material original en uno o más textos nuevos. Esto puede variar de reconfiguraciones completamente aleatorias y múltiples a reconfiguraciones restringidas a cierta permutación específica o cierto número delimitado de resultados posibles, con muchas otras opciones en medio.
            Una de las cuestiones que me pareció interesante de este tipo de literatura digital es que la figura del autor está y no está en el texto generado al mismo tiempo. Y es que su rol no es ya crear una obra con un significado que la englobe, la explique y le de un sentido unívoco sino que se asemeja más bien, me parece, a la figura del curador de una exposición. Una figura encargada de seleccionar el material que se trabajará, de diseñar o elegir el tipo de trabajo al que se someterá este el material y de organizar el resultado. Pero nada más. Sin lugar a dudas, su labor es significativa (no cualquier generador de poesía automática dará poesía automática de valor o relevancia) y por eso –como un curador de calidad– su mano nunca desaparece del todo, ahí está, pero el texto resultante no es Su obra ni Su creación, de forma que los textos que surgen de estos generadores no están atados a un supuesto significado “verdadero”, “auténtico” o “único”. Cada lector no sólo puede sino debe de ofrecer su propia lectura (incluso si esta es que x texto no tiene sentido) y ésta será tentativamente tan válida como cualquier otra (aunque sabemos que ciertas lecturas –el discurso académico, para no ir tan lejos– están más legitimadas que otras, tienen más capital simbólico, como diría Bourdieu, pero eso se sale de punto). 

            En este sentido, los generadores de poesía automática (¿automatizada?) retan la idea de autor, sobre todo la idea de autor como autoridad (y de ahí viene la palabra) que, como dice Barthes, clausura el significado. Asimismo, es un reto a la idea de originalidad pues muestra en la práctica, como Barthes, Jonathan Lethem y otros han discutido, que todo texto, incluso los que lucen más originales, son una mezcla de lenguajes, de referencias, de plagios. Dice Barthes del escritor que “su único poder es mezclar lenguajes”. Por eso pensé en la idea del curador, alguien que trabaja a partir de material que le es ajeno (y el lenguaje nunca es nuestro o nunca es sólo nuestro). También pensé en el autor como DJ, alguien que mezcla, que toma ritmos de aquí y allá, que los alterna, que corta y pega sonidos tomados de diversas partes para producir una textura nueva, que no es solamente suya.

Referencias:
Barthes, Roland. "The Death of the Author". Image-Music-Text. London: Fontana, 1977. Pp: 142-148

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